De pronto yo estaba alli, a su lado, viendola despedirse como, seguramente, tantas otras veces, sin embargo su forma de mirarme me dijo que deseaba que esta fuera la ultima de aquellas veces. Pero supe tambien que no queria dejarse engañar.
Esa mañana me di cuenta que hay tantas cosas que aún no se, o que aun no entiendo. Cosas cotidianas como el consuelo, como el recuerdo, o como las formas del adios.
La cancion siguio sonando, una y otra vez, y ambos fuimos cambiando en esos instantes, y ambos no eramos más esas personas sin recuerdos, cuando todo es mas facil, tal vez, pero no eres completamente tú.
Un silencio desusado se hizo corporeo entonces entre los dos, a pesar de que siempre teniamos algo de que hablar, y empezabamos a decir pequeñas cosas.

Es simple, en la amistad se aprenden ciertas cosas, cosas como que una persona nunca te entrega un solo pedazo de su vida, sino que es solamente que pocas veces nos acordamos de preguntar por los momentos en los que no estabamos en la vida de esa persona, y que tal vez nos necesitó.
De pronto se levantó y yo me quede pensando en mí, y en la ironia de la que nunca pareces escapar, la ironia de un recuerdo que tal vez no merezca serlo, pero que a la vez no tenemos capacidad ni derecho a decidirlo.
La ironia de lo inevitable, y de lo innecesario...
Entonces, hoy me pregunto en la oscuridad de una media luz, ¿Que queda después de un adiós quebrado a la mitad? Un adiós pospuesto, con un olvido sereno y de tantas maneras inquebrantable ¿Queda lo que fue? ¿O queda lo real?, imperfecto e imborrable como la vida, como el delirio de un recuerdo inoportuno a veces, y necesario siempre.
El olvido es tan extraño que he descubierto que es posible olvidar a una persona sin que se haya ido. Entonces pasa frente a ti y su locura ya no te perturba, ni su amor, ni tu desamor. Si no solo una nostalgia impropia y juguetona que se diluye entonces en una calma con sabor a desencanto.
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