
Hoy quiero llamarla Almudena, para que de esta manera que sea un poco mas mía de lo que ella fue esta noche, más que tantas otras noches, y, a la vez, menos cualquiera a la vez. Fue una noche triste y atroz para mí, y tal vez indiferente y aliviadora para ella; cuando la vi, y mi nombre no tuvo sentido, ni valor, ni mi garganta ocasión suficiente para desenredarse de mis miedos. O, simplemente, cuando me sonrió sincera, y dulcemente, y yo, en medio de mi tribulación entendí que vivir no significa no estar muerto, sino sentirse morir, y ¿por qué no? Tan solo dejarse matar.
La vi desde lejos, contorneando su figura sin esfuerzo, y casi sin intención. La perfección no necesita intención para ser expresada, dicen, hoy les creí. Mientras el sabor alquitránico de mi último cigarrillo resbalaba empalagosa y ardorosamente por mi garganta, empozándose con una sensación de vacío en mí estomago, pero eso no importa, es cierto. Como decía la vi desde lejos, a tres gritos de mi voz, caminando solitaria, sobria y lejana, como un sueño en una noche pura de insomnio; era casi irreal y plenamente ideal. Mis ojos se mantenían fijos sobre ella, y la vi alejarse lentamente, irremediable como mi silencio y mi dolor. Me puse de pie y casi sin querer la seguí, mis pasos eran decididos pero lentos, mis ansias siempre desbocadas y feroces.
Después de unos momentos me sorprendí a mi mismo sentado en una cafetería, en una mesa cercana a la suya, dándole la espalda pero viéndola todo el tiempo en su reflejo desde un cristal oscuro frente a mi; aunque debo decir que, a pesar de ser su vivo reflejo, tuve la impresión, desde siempre, de que había algo en ella que no podía se apreciado solo en un burdo juego de la luz, o quizás deba decir, “su luz”. Y fue por eso que en muchas oportunidades, me sorprendí, nuevamente, a mi mismo; y algunas veces ella también lo hacia; mirándola fijamente, como perdido entre ella y su belleza, y donde yo solo era el perfecto Ulises para su historia, y era ella mi perfecta Penélope para mi final de amor, y mientras ella me sonreía, y mientras yo sabia cada vez menos de cada vez más cosas, incluso de mi mismo, sus ojos se mantenían fijos sobre un punto, sobre los míos siempre brillando bajo su propia luz. No había temor en ellos pero si una sincera serenidad y una calidez inusual. Tan parecidos a lo hondo de su silencio, y a lo profundo del sonido de su corazón, que entonces comprendí porque le temía tanto a su amor.
El temor era mío, ya lo dije, quizás porque tenía la certeza de que, siempre terminaría por saber mas de mi de lo que yo mismo imaginaba siquiera que podía ser; pero en ese momento éramos, simplemente, dos personas jugando a ser distintas, opuestamente parecidas, quizás a ser mas de lo que éramos, pero exactamente lo que necesitábamos ser para ese entonces.
Su cabello rubio se recogía en una coleta echa sin mucho cuidado, solo el necesario para que ella no dejara de estar cómoda, al final parecía que era eso lo que mas le importaba, y era también eso lo que la hacia verse tan natural, y tan propia de si, si me equivoco lo ignoro mientras que sus labios jugaban entre si a decir tantas cosas
Quiero crearle una vida, tan cerca de la mía que sienta que pueda leer en las líneas de mis manos las de su destino. Aunque hoy tenga miedo, lo reconozco. Hoy quiero llamarla de tantas maneras y por tantas razones, tal vez porque no la conozco, tal vez porque le temo, y tal vez, y solo tal vez porque la necesito.
La vi desde lejos, contorneando su figura sin esfuerzo, y casi sin intención. La perfección no necesita intención para ser expresada, dicen, hoy les creí. Mientras el sabor alquitránico de mi último cigarrillo resbalaba empalagosa y ardorosamente por mi garganta, empozándose con una sensación de vacío en mí estomago, pero eso no importa, es cierto. Como decía la vi desde lejos, a tres gritos de mi voz, caminando solitaria, sobria y lejana, como un sueño en una noche pura de insomnio; era casi irreal y plenamente ideal. Mis ojos se mantenían fijos sobre ella, y la vi alejarse lentamente, irremediable como mi silencio y mi dolor. Me puse de pie y casi sin querer la seguí, mis pasos eran decididos pero lentos, mis ansias siempre desbocadas y feroces.
Después de unos momentos me sorprendí a mi mismo sentado en una cafetería, en una mesa cercana a la suya, dándole la espalda pero viéndola todo el tiempo en su reflejo desde un cristal oscuro frente a mi; aunque debo decir que, a pesar de ser su vivo reflejo, tuve la impresión, desde siempre, de que había algo en ella que no podía se apreciado solo en un burdo juego de la luz, o quizás deba decir, “su luz”. Y fue por eso que en muchas oportunidades, me sorprendí, nuevamente, a mi mismo; y algunas veces ella también lo hacia; mirándola fijamente, como perdido entre ella y su belleza, y donde yo solo era el perfecto Ulises para su historia, y era ella mi perfecta Penélope para mi final de amor, y mientras ella me sonreía, y mientras yo sabia cada vez menos de cada vez más cosas, incluso de mi mismo, sus ojos se mantenían fijos sobre un punto, sobre los míos siempre brillando bajo su propia luz. No había temor en ellos pero si una sincera serenidad y una calidez inusual. Tan parecidos a lo hondo de su silencio, y a lo profundo del sonido de su corazón, que entonces comprendí porque le temía tanto a su amor.
El temor era mío, ya lo dije, quizás porque tenía la certeza de que, siempre terminaría por saber mas de mi de lo que yo mismo imaginaba siquiera que podía ser; pero en ese momento éramos, simplemente, dos personas jugando a ser distintas, opuestamente parecidas, quizás a ser mas de lo que éramos, pero exactamente lo que necesitábamos ser para ese entonces.
Su cabello rubio se recogía en una coleta echa sin mucho cuidado, solo el necesario para que ella no dejara de estar cómoda, al final parecía que era eso lo que mas le importaba, y era también eso lo que la hacia verse tan natural, y tan propia de si, si me equivoco lo ignoro mientras que sus labios jugaban entre si a decir tantas cosas
Quiero crearle una vida, tan cerca de la mía que sienta que pueda leer en las líneas de mis manos las de su destino. Aunque hoy tenga miedo, lo reconozco. Hoy quiero llamarla de tantas maneras y por tantas razones, tal vez porque no la conozco, tal vez porque le temo, y tal vez, y solo tal vez porque la necesito.
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