
No puedes darte el lujo de olvidar.
Es curioso como, a veces, las casualidades solo son pretextos extraños, pretextos para detenerse un momentos, porque al fin y al cabo el destino se forma de esfuerzo y de "casualidades".
Y el novelar empieza de la misma forma, con una casualidad precisa, que se va descolgando de tu vida y, por qué no decirlo,también de tu muerte. Y se va sintetisando en un frase absolutista, y totalitaria, que te engulle en un placer extraño, mas allá de dónde o cómo estes, o más injusto ( tal vez) aún más allá de lo que seas.
En el oficio de novelar no hay democracia, ni modestia. Porque no hay tiempo ni lugar para ello.
El arte de novelar es darte un lugar en tu propia vida para ti mismo. Sin tener siquiera la necesidad de que sea tu boca la que hable, aunque siendo sincero, si con la necesidad de buscar una boca para decir, o para enmudecer. Muchas veces solo se empieza con un silencio incomprendido e/o incomprensible, y otras con una explosión con sabor a cadaver exquisito.
Estos días me he dado al laberíntico oficio de novelar, de recordar, de entretenerme viendo como mi ego se engrandece y se destroza a una frase de distancia entre esta inmortalidad prestada, y aquel olvido absoluto de muerto.
Es cierto que la eternidad es la prisión de aquel tiempo que no volverá. Y es cierto, también, que dejar una hoja en blanco es la mejor manera que tenemos de dejarnos engañar.
Pero supongo que la esencia (y la inocencia ) del novelista lo obliga luchar contra lo obvio, sin remitente obligatorio, y nuevamente con aquella sensacion cautivadora y dictatorial, que vuelve siempre de golpe, a la vez inesperada y precisa.
Me he visto ejerciendo el oficio laberintico de novelar, siempre entre la pasividad de la comprension de las cosas, el dolor latente del soñar, y el asombro infantil de aquel que no se permite olvidar...
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