Y la ve de lejos, de perfil, mientras ella se va mojando, y el mar va borrando sus huellas de la arena. Entonces ese hombre la va amando más y ella con aquellos pequeños pies y con la piel con aroma a humedad no lo puede entender. Pero esta es solo la primera contradicción de esta tarde que no para de caer.Pero las demás contradicciones e ironias que han de llegar irremediablemente, este hombre de armadura triste y oxidada las conoce demasiado bien; y solo se pregunta a cuantos pasos de su destino estará esta mujer antes de que amanezca, y cuantos amores habrá amado antes de que él pueda volver a hallarla.

Ella es una dulcinea de cartón, piedra, de sal; hecha de un amor del azar, de locura y de devoción. Y él un cabalgador gastado, un caballero etéreo, un domador del vacio. Un hombre, un amor y cien espadas...
El atardecer emerge como el miedo y él simplemente lo observa sin hablar, cualquier pregunta es obsoleta. Ella ya no juega más, algo de pronto se apaga dentro de su pecho, mientras sus latidos se encienden para olvidar...
un amor late tambien en algun lugar de ese corazón que se estrella siempre contra el mismo oscuro rincón de su risa, y se detiene un instante de muerte en medio de aquella piel desnuda que se va llenando de besos sin amor... y de caricias de bronce y de hiel.
Nada va a cambiar, él es solo él, con su misma piel plateada, brillosa, y ese cabello lleno de zurcos de ingenuidad, un viejo hombre que de a pocos se va acostumbrando al adios.
Pero aún asi se sigue preguntando por esta mujer que siempre parece estar a dos segundos de una despedida, y se pregunta quíen es, quien es esa mujer que se va estrellando contra esta noche de la que sabe muy bien que no ha de volver, y la deja desaparecer, como quien entiende de la libertad; la libertad de una promesa de dejarse hallar una vez más; aunque hoy este hombre no sepa mucho del amor.
Y se pregunta por este amor; su amor, su delirio; y entonces tal vez se da cuenta que ella es tambien la mejor metafora de su soledad, de este dolor subliminado, de este espacio encedido...
Y esta dulce Dulcinea va caminando descalza, y va olvidando ese dolor extraño que siempre, al final, se queda en este espacio entre sus senos, al centro de su silencio, en el primer rincon de su memoria... en el lugar preciso de las horas... Esta mujer tierna va jugando con su espacio, con el borde de sus piernas, y se va adormecion en medio de esa sombra en sus parpados... al final esta mujer no deja de esperar a que en alguna parte el viento finalmente se aprenda su nombre...
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